El Psicoanálisis y la Discordia de las Identificaciones

Un amo paradojal | XXVII Jornadas Anuales de la EOL
Textos de orientación

Un amo paradojal

por Leonardo Gorostiza

 Leonardo Gorostiza

Probablemente la mayoría de ustedes recuerde el fuerte acento que puse, en mi discurso de asunción como Presidente del Consejo de la EOL el pasado mes de diciembre, en torno al discurso analítico, en torno a la necesidad de cuidar esa frágil brújula de la que disponemos para orientarnos. Lo mismo subrayé en la intervención durante la última Asamblea General de la AMP.

En ambas oportunidades recordé esa frase de Jacques Lacan en "El atolondradicho" cuando decía: "No soy yo quien vencerá, sino el discurso al cual sirvo."[1]Y destaqué quese trata de una frase muy sutil porque al decir que no es él, Jacques Lacan, su ego, su yo, quien triunfará sino el discurso, él se sitúa como servidor del discurso analítico y hace de éste –como señala Jacques-Alain Miller[2]- su amo. Lacan nos propone así un modelo ético: el de los servidores, no el de los amos.

Pero además, insistí en que no se puede ser servidor de dos amos. No se puede ser servidor de dos discursos, el analítico y el del amo, al mismo tiempo. Hay que elegir.

Hoy quiero retomar esta afirmación pero introduciendo una pregunta: ¿de qué amo se trata cuando el amo es el discurso analítico? Una respuesta rápida se impone: el discurso analítico puede ser un amo, pero un amo paradojal. ¿Por qué? Veamos lo que dice Lacan en su breve texto de 1979 titulado "¡Lacan por Vincennes!", texto donde introdujo la célebre fórmula, "Todo el mundo es loco, es decir, delirante".[3]

Comienza así:

"Hay cuatro discursos. Cada uno se cree la verdad. Solo el discurso analítico es una excepción. Sería mejor que éste domine, se concluirá, pero justamente este discurso excluye la dominación, en otras palabras, no enseña nada. No tiene nada de universal: por eso no es materia de enseñanza."[4]

Vemos así insinuarse la dimensión de un amo paradojal: un amo que excluye la dominación. Dominación entendida, tal como ocurre en el discurso universitario que no es sino una variante del discurso del amo, como una dominación que apunta a lo universal.

Y, luego, haciendo un balance del trabajo realizado en el Departamento de Psicoanálisis en la Universidad de Vincennes concluye:

"¿Se superará en Vincennes la antipatía entre los discursos, el universitario y el analítico? Por supuesto que no. En ese lugar, se la explota, por lo menos desde hace cuatro años, en que yo me ocupo. La enseñanza se renueva confrontándose con su imposible, se constata."[5]

Lacan habla acá de "antipatía" entre discursos, un término nada lejano al de "discordia". Pero, ¿qué es una antipatía? Viene del griego antipathos (anti, contra, y pathos, pasión o sentimiento): Veamos sus sinónimos: animadversión, animosidad, aversión, desagrado, enemistad, hostilidad, rechazo, repugnancia, repulsión, odio, tirria. En todos los casos el acento está puesto en el sentimiento experimentado ante algo o alguien. Mientras que "discordia" indica una falta de acuerdo o conformidad, que literalmente significa "cualidad de estar en contra de la opinión del otro". Es como si fuera una condición de la antipatía, con la cual no se confunde. Creo que si Lacan usa el término antipatía es por una cuestión de contexto ya que en ese momento se proyectaba trasladar el Departamento de Psicoanálisis de Vincennes a Saint Denis y la atmósfera era la de un combate contra ese proyecto de las autoridades universitarias y políticas. Sin embargo, cabe otra lectura: que el acento de Lacan sobre el pathos puede ser un modo de aludir al goce. Más si tenemos presente su indicación en el Seminario 17 de que no hay discurso que no sea sino del goce.

Leamos entonces que cuando Lacan dice "antipatía" lo hace para indicar el punto irreductible de discordia, de la "falta de acuerdo" que siempre habrá entre ambos discursos. Por eso, lo importante es que Lacan lejos de plantear que podría haber una supremacía del discurso analítico, con todas las letras señala que de lo que se trata es de "explotar" dicha antipatía. Agregaría, que de lo que se trata es de explotar esa discordia porque la falta de acuerdo es allí el índice de que hay una hiancia, de que hay un imposible, al cual hay que confrontarse y esa es la misión del discurso analítico.

Si seguimos estas indicaciones y las trasladamos a la Escuela, podemos afirmar que tampoco en la Escuela el discurso analítico puede dominar: no es lo que corresponde a su estructura. Si así lo hiciera se tomaría por "la verdad", cosa que apunta a lo universal y que Lacan descarta. Pero lo que sí podemos y debemos intentar siempre, con la ayuda de este "amo paradojal" al cual servir, es que la hiancia, que la discordia que hay entre los discursos -que en última instancia remite y se apoya en la hiancia inherente a cada uno de ellos- se mantenga y sea explotada. Me explico: la imposibilidad en el piso inferior de los discursos, indicada por las dos líneas oblicuas, supone una lógica discursiva que siempre introduce una "discontinuidad". Así, según indicaba Lacan es su Seminario 17, la clave de la imposibilidad en los discursos se encuentra en dicha línea ya que allí, entre el lugar de la producción y el lugar de la verdad, "…no hay flecha alguna. Y no solo no hay comunicación sino que hay algo que obtura".[6]

Esto es lo que instituye una discordia, una falta de acuerdo, entre los discursos. Porque, según esta lógica, al pasar o rotar de un discurso a otro se produce necesariamente un "salto" ya que las letras deben sortear –en su rotación- dicha imposibilidad. Es por eso que cada rotación de discurso es indicada por la emergencia del amor, como velo e índice de la imposibilidad. "Hay emergencia del discurso analítico –señalaba Lacan en Encore- cada vez que se franquea el paso de un discurso a otro. No digo otra cosa cuando digo que el amor es signo de que se cambia de discurso."[7]

En este sentido, si concebimos el discurso analítico como lo que emerge y, al mismo tiempo, como lo que posibilita el paso de un discurso a otro, podemos concluir que en una Escuela de psicoanálisis, el anhelo de que sea conforme al discurso analítico debe entenderse como que ningún discurso se fije, se cristalice. Porque, ¿no funciona acaso el discurso del amo en lo que hace a la cara institucional de la Escuela, en lo que hace a sus estatutos y disposiciones de funcionamiento? ¿No hay acaso también un lugar para el discurso universitario o de la burocracia cuando apelamos al "saber hacer"[8] que se vuelve necesario para el desarrollo de muchas de nuestras actividades? ¿No hacemos acaso uso del discurso histérico cuando propiciamos el torbellino de las Jornadas, en especial las de Carteles?

Pero solo, si servimos bien a ese amo paradojal que es el discurso analítico, estos discursos rotarán y así la discordia que surge de la hiancia que los separa podrá ser bien explotada.

Se trata así, de la paradoja de un amo que no tiene voluntad de dominio y que no apunta a sostener las identificaciones. Por el contrario, su voluntad es desidentificatoria. Es lo que enseña la Teoría de Turín de Jacques-Alain Miller.

En este punto y para concluir, una precisión: cuando decimos que la política siempre formó parte de nuestras Escuelas resulta necesario aclarar que cuando Lacan dijo que "el inconsciente es la política" fue para luego agregar que "el inconsciente es el discurso del amo". Es decir, el inconsciente freudiano que supone un sujeto identificado a un rasgo. Ante ese inconsciente, que es la política, el discurso analítico constituye precisamente su reverso, es decir, un discurso de donde puede surgir otra política que la de masas: una política de no dominio que hace de un esfuerzo de poesía su instrumento fundamental.[9]

Buenos Aires, EOL, 18 de mayo de 2018.

NOTAS

  1. Lacan, Jacques, "El atolondradicho", en Otros escritos, Paidós, Argentina, 2012, pág. 499.
  2. Miller, Jacques-Alain, "El triunfo de Jacques Lacan", en Cuadernos andaluces de psicoanálisis, nro. 5, pág.6.
  3. En LACANIANA, Revista de Psicoanálisis, Nro. 11, EOL-Grama, Argentina, octubre 2011.
  4. Ibídem, itálicas mías.
  5. Ibídem, itálicas mías.
  6. Lacan, J., Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Argentina, 1992, pág. 188.
  7. Lacan, J., Seminario 20, Aún, Paidós, España, 1981, pág. 25. (Itálicas mías).
  8. Digo "saber hacer" y no "saber hacer ahí" (savoir y faire) que sí es tributario del discurso analítico y su disposición para con la contingencia.
  9. Miller, Jacques-Alain, Un esfuerzo de poesía, Paidós, Argentina, 2016, pp.209-212. Allí Miller destaca una interesante oposición, la del uso del significante con fines de goce (poesía) o con fines de identificación (política): "… se nos presenta la siguiente alternativa: la poesía o la política."
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