Esa discordia, en corps…

El discurso analítico, en sentido estricto, es un tratamiento del goce más allá del principio del placer. Para algunos no hay otro remedio en el que creer para apaciguar aquello que no engaña.

Se ha tratado en mi caso del esfuerzo de poner en palabras, de sonorizar lo no dicho, de aparejar el goce mudo en el lenguaje; no hay más recurso que ese para circunscribir lo que Lacan postulara como el real en el que se funda el discurso analítico.

Y es precisamente ese el terreno de la discordia, que dura el tiempo que dura el análisis. El tiempo necesario para que el decir tenga sus efectos en el dispositivo de constitución del fantasma, de su atravesamiento, de circunscribir el Uno que hace al fundamento del síntoma y de su repetición.

Y también el tiempo necesario para arribar a la conclusión de que la discordia entre lenguaje y goce, aun reducida, deja un resto que el psicoanálisis no resuelve por estructura,[1] el real de lo imposible de decir del goce como tal, resistente al lenguaje en tanto vehículo de la castración, reducido en su iteración al acontecimiento de cuerpo.[2]

Como lo decía E. Laurent recientemente entre nosotros[3] el análisis deviene la experiencia del encuentro con el síntoma como una letra de goce siempre a descifrar, siempre a aparejarse en el lenguaje –aun entre líneas- siempre por circunscribir mejor esa discordia entre el Uno y el Otro en tanto cuerpo y de ello hacer semblante, es decir, discurso.

Discurso que hace al lazo, en corps… [4] que compartimos.